CAMPANAS
Los interrogatorios y torturas que se efectúan a los detenidos en los
siniestros sótanos de la policía, no importa de qué ideología, fascista o
comunista, se valen del mismo truco psicológico que Ignacio de Loyola patentó en
sus ejercicios espirituales. Quienes hayan practicado estos ejercicios
recordarán la dramática puesta en escena, que se realiza durante esos tres días
de retiro y silencio. Sentado al fondo de una capilla en penumbra, con un flexo
bajo que ilumina su sotabarba y proyecta sombras puntiagudas, en la plática del
primer día el director habla de la muerte. Con todo pormenor describe la agonía
larga, el estertor del alma, la caída en la tumba, el hedor de la putrefacción
del cuerpo gusano a gusano. El segundo día se demora enumerando uno a uno con
meticuloso sadismo los tormentos del infierno. Al final de una vida intachable
bastará solo un mal pensamiento para ser condenado al fuego eterno. ¿Qué es la
eternidad?, se pregunta. Una hormiga da vueltas alrededor de la tierra. El
tiempo que tarde en partirla en dos, equivale al primer segundo del castigo. Los
ejercitantes pasean en silencio por el claustro hasta somatizar semejante
desgracia. Pero he aquí que el tercer día tocan a gloria las campanas y el cielo
se abre. El director te hace saber que si te arrepientes y confiesas tus pecados
te espera un gran banquete celestial. En el sótano de la comisaría al detenido
se le somete a toda clase de torturas durante tres noches. Tal vez se trata de
un tipo duro que resiste cualquier vejación, pero al amanecer del tercer día
llega el policía bueno y le ofrece un cigarrillo y un bocadillo de tortilla. El
detenido, hecho un guiñapo, comienza a llorar y finalmente confiesa e incluso
delata a sus amigos. En esta crisis el Gobierno está aplicando la receta de los
ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, la misma que se ejerce en los
sótanos de las comisarías. A la angustia del rescate, al dolor de los recortes,
el abismo de la pobreza, de pronto, le sigue el sonido de alegres campanas.
Llega el Gobierno con un bocadillo de tortilla y se produce el vuelco
psicológico, que podría darle, de nuevo, un montón de votos, porque gracias a
habernos comportado como humildes ovejas, ya se ve una luz verde en el fondo del
matadero.
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